Casa del Tíbet

S-ego-sviateishistvom-Dalai-Lamoi-XIVAl principio fue la palabra. Y no me refiero a la palabra bíblica. No me acuerdo cuando fue la primera vez que la oí, pero me acuerdo con claridad que resonó dentro de mi como un misterio sin fin: desconocido pero tan profundamente entrañable que rompí a llorar sin ningún motivo aparente. TíBET … no es una palabra, es una campanita mágica que resuena en mi corazón hasta el día de hoy. La campanita tibetana es un símbolo femenino y su sonido simboliza el sonido de la semilla de la creación. Con él hice mi primer paso hacía el budismo tibetano.

Luego, todavía en el instituto, fue a parar a mis manos el libro «Místicos y magos del Tíbet» de Alexandra David-Neel que desbordó mi imaginación. Comprendí que algún día, seguro, voy a visitar este mundo de posibilidades infinitas, donde lo visible y lo oculto conviven codo a codo y donde la gente sabe hacer milagros. En la facultad de psicología de la Universidad comparaba los métodos de psicoterapia con las prácticas tibetanas. A pesar de las diferencias abismales entre ambas había algo que las unía, solamente que unas ayudaban a las personas a soportar la vida y otras la llenaba de nuevo sentido y de profundidad. Finalmente llegó el momento cuando el budismo dejó de ser para mí un hermoso abstracto y cobró formas muy definidas. Eso pasó después de abrir mi galería que atraía, como un imán, a los artistas que practicaban el budismo y a las personas interesantes que habían estado en el Tíbet.

Esta vez mi aproximación al budismo fue a través del arte. Es un fenómeno muy sorprendente ya que en el Tíbet no existe el arte profano. Todas sus obras son intencionadamente religiosas. A un artista tibetano nunca se le ocurriría pintar un paisaje bonito sin relacionarlo con las prácticas espirituales. Solamente lo que nos lleva a la iluminación es digno de ser plasmado en un lienzo, una escultura, una danza, una humilde taza de té que estará cubierta de mantras como si fuera una pequeña ayuda para las personas que se esfuerzan para no desviarse del camino.

Esta filosofía cada vez más estaba en resonancia con mi visión del mundo y en el 2000 yo traigo a Moscú a los monjes tibetanos. Su visita formaba parte de un proyecto de arte organizado por el Centro del Arte Contemporáneo de Moscú donde durante diez días ellos realizaban conciertos del canto de sobretonos y dibujaban mándalas de arena. Para mí eso se convertió en un gran acontecimiento de índole interna: al final de su visita recibí la transferencia según la tradición Gelug, escuela del budismo tibetano con especial enfoque a la moralidad y estudio de la filosofía budista, fundada en el siglo 14 por el lama Je Tsongkhapa. A partir de este momento empecé a tomar lecciones de los maestros de esta escuela y estudiar la composición y el simbolismo de los tankas que tienen un sorprendente parecido con el arte visionario. Tan cercanos y tan lejanos, parecía que ellos abrieron dentro de mi un cofre lleno de presentes que yo tenía ganas de repartir a todo el mundo. Y muy pronto tuve la oportunidad…

En el 2003 invité a Robert Thurman, un conocido tibetologo norteamericano y experto en el arte de la Himalaya, a dar una serie de conferencias en mi galería. Después de enviarle la carta yo esperaba largas gestiones, pero dentro de un par de semanas sonó el teléfono y una voz masculina dijo – Soy Bob Thurman. Estoy en Moscú. Tengo un par de horas libres y podría pasar por su galería. – Vino con su esposa. Nos sentamos para hablar y ya no nos separamos en tres días. Para aquel momento yo ya tenía bastantes proyectos con los monjes tibetanos. También organizamos conciertos de músicos rusos en apoyo al Tíbet. Y Thurman me dijo – Ya que te dedicas a este tema, ¿Por qué no lo haces bajo el paraguas de la marca «Casa del Tíbet»? – Me prometió que hablaría con Dalai Lama para saber su opinión sobre este idea. Elena-Vrublevskaya-i-Richard-GereEn breve mi marido y yo patrocinamos un gran proyecto: construcción de un mándala Kalachakra en Moscú. Poco tiempo después su santidad nos dio una audiencia. Él dio su visto bueno para crear Casa del Tíbet en Rusia, ya que su estructura integra tres republicas con forma de budismo tibetano. – Muy importante, – dijo él, – que los habitantes de Rusia conozcan a la civilización tibetana: su cultura, filosofía, religión, estilo de vida. – Así en el 2004, con la bendición del Dalai Lama, fue fundada la Casa del Tíbet de Moscú.

Su primera acción fue la organización del festival «Tíbet – tradiciones, arte y filosofía» en octubre del 2004 года. Invité a Richard Gere con la exposición de fotos de la serie «Perigrino», realizadas por el actor durante sus viajes por el Tíbet, la India y el Nepal así como de los maestros del monasterio Giudmed que durante más de un mes han estado elaborando esculturas de mantequilla de dos metros de altura de las imágenes de los dioses y santos budistas. Dentro del marco del festival además se organizaron exposiciones de las reliquias sagradas del budismo, conferencias de Robert Thurman sobre la cultura budista, exposición del Instituto de la medicina y la astrología tibetana «Мen-chi-khang», exposición de las máscaras de los lamas bailarines del Tíbet y una exposición de muñecas tibetanas. Y eso fue solamente el principio. El verano siguiente en la Casa de la Música de Moscú tuvo lugar un gran concierto de la música tibetana con la participación de los músicos de todo el mundo. with-Her-Majesty-the-Queen-Ashi-Sangay-Choden-Wangchuck-Le siguieron proyectos editoriales: edité «El libro tibetano de los muertos» y «La vida infinita» de Robert Thurman, «Enciclopedia de símbolos y ornamentos tibetanos» de Robert Beer, diccionario enciclopédico de V.P. Androsov «Budismo indo-tibetano» y proyectos educativos y de caridad : ayuda en la construcción de una escuela-internado para niños huérfanos y minusválidos en el estado de Arunachal-Pradesh, templo de Tara en Thimphu, capital de Bhutan, hotel del monasterio Giudmed en la India, apoyo al proyecto «Renew», una iniciativa de la Reina de Bhutan Ashi Singyie Choden Wangchuck que ayuda a las mujeres de Bhutan.

Todo eso ha sido posible gracias a mi amistad de muchos años con Dalai Lama, la familia real de Bhutan, Robert Thurman y otras destacadas personalidades de la cultura contemporánea tibetana que unió a las personas de espiritualidad elevada de diferentes países del mundo. Estoy inmensamente agradecida a mi destino por darme esta posibilidad única de ser no solamente el testigo, sino el participante de los procesos que tienen lugar en el Tíbet. La estética de esta cultura, su potente estructura espiritual, sus mundos de diferentes niveles que se entrelazan de una forma fantasiosa con el mundo que acostumbramos a considerar real – todo eso me es increíblemente cercano. Es una fuente de inspiración, un inagotable tema de investigación, una energía embriagadora, un punto de aplicación de fuerza. En la cultura del Tíbet como en una taza tibetana se concentra un potente y nítido sonido capaz de penetrar dentro del lugar más sagrado de nuestras almas, enterrado bajo los escombros para cultivar las vivas semillas de la creatividad. Espero que continúe sonando para nosotros siempre.

Sheona (Elaya)

www.tibethouse.ru